lunes, 15 de febrero de 2016

1973- EMPOTRADOS – Ian Watson




“Empotrados” es una novela que tiene unas críticas sobresalientes. Se la considera un clásico de la ciencia ficción más intelectual, un libro denso, original, atrevido, polifacético... En el momento de su publicación recibió nominaciones para premios importantes y se la apreció como la más importante novela debut de la década. Estoy de acuerdo en todo eso y admito que para tratarse de la primera novela del británico Ian Watson, resulta sorprendente y prometedora y que contiene momentos muy interesantes. Y, sin embargo, he de confesar que también me parece un libro disperso, pretencioso, puntualmente confuso y, en ocasiones, hasta aburrido.



La narración se estructura alrededor de tres tramas separadas pero relacionadas entre sí en tanto en cuanto todas tienen que ver con la investigación del lenguaje y la percepción de la realidad. En primer lugar tenemos a Chris Sole, un lingüista integrado en un equipo de científicos que efectúa cuestionables experimentos con niños en un centro secreto de Inglaterra, la Unidad de Neuroterapia Haddon. Allí internan huérfanos a muy temprana edad y los someten a ingestas de drogas y aislamiento en entornos artificiales radicalmente diferentes al nuestro sin permitirles contacto con la realidad –con nuestra realidad-, a fin de estudiar si la forma en que construimos nuestro lenguaje está programada en nuestro cerebro desde que nacemos o, por el contrario, viene condicionada por el entorno que percibimos y en el que crecemos. En el caso concreto de Sole, enseña a “sus” niños a hablar utilizando estructuras gramaticales extrañas e inusuales, tratando de encontrar un “lenguaje empotrado”, una especie de idioma universal inserto en lo más profundo de nuestros cerebros y que compartiríamos, sin ser conscientes de ello, todos los seres humanos.

Después tenemos al antropólogo francés Pierre Darriand, antiguo amigo de Chris, que estudia una tribu en el Amazonas, los xenahoa, a punto de ser extinguidos por la construcción de una represa que inundará todo su territorio. Pierre ha observado que el uso de una droga alucinógena muy concreta provoca cambios profundos en el lenguaje de esa tribu, lo que a su vez abre sus cerebros a nuevas percepciones. Con ayuda de su guía mestizo Kayapi, aprende las costumbres, leyendas y cosmovisión de ese grupo humano tan
particular, mientras observa cómo sube el nivel del agua y a su alrededor los sacerdotes, guerrilleros comunistas y ejército gubernamental maniobran siguiendo sus propios intereses.

En tercer lugar, cuando una nave alienígena llega a las proximidades de la Tierra, rusos y americanos guardan el secreto y contactan con sus ocupantes, los Sp'thra, reuniendo a un equipo, en el que se encuentra Sole, para comunicarse con ellos. Los extraterrestres ofrecen un intercambio: conocimiento científico y tecnológico de importancia para nosotros a cambio de seis cerebros humanos vivos en los que poder estudiar las diferentes lenguas habladas en nuestro planeta. Estos aliens se hallan en una suerte de búsqueda milenaria de una realidad paralela a la nuestra, una dimensión que no podemos percibir pero a la que creen poder acceder mediante la consecución de una especie de idioma cósmico que abra la mente a nuevos conceptos y perspectivas de la realidad. Para ello, recorren la galaxia recogiendo especímenes y creando un enorme banco de lenguas.

Mientras tienen lugar las cada vez más tensas negociaciones con los alienígenas y Pierre completa su inmersión en la cultura xemahoa, las cosas se tuercen en el laboratorio de investigación de Sole. Los niños que supervisaba empiezan a desarrollar comportamientos aberrantes…

¿Por qué decía al comienzo de esta entrada que la novela, aunque con puntos de interés, me
parece sobrevalorada? En primer lugar, hay segmentos enteros que carecen de sentido, puesto que no aportan nada relevante a las dos tramas principales ni acaban rematándose de forma adecuada. Por ejemplo, la figura del ingeniero americano traumatizado por sus recuerdos de Vietnam y los problemas que tiene con la cruel policía del lugar, los sacerdotes que aparecen por allí sin que se vuelva a saber de ellos o los guerrilleros que coinciden con Pierre y luego son hechos prisioneros. Quizá Watson pretendía, incluyendo todos esos personajes, añadir densidad a la novela, proponer diferentes puntos de vista o realizar una crítica acerca de la situación política y ecológica en Sudamérica. El problema es que al final no termina de desarrollar adecuadamente ninguno de esos aspectos.

Pero es que además, todo el nudo argumental depende de la feliz e improbable circunstancia de la coincidencia temporal de la llegada de los alienígenas y el descubrimiento por parte de Pierre –y su revelación mediante carta a Chris- de la capacidad de los xemahoa de acceder a su lenguaje empotrado. De hecho, incluso la parte del experimento de Chris con los niños podría eliminarse sin afectar para nada al resto –aunque sí podría haber servido como tema de un interesante relato corto-. El desenlace, con el regreso de Chris al laboratorio y el descubrimiento de los poderes que ha desarrollado uno de los niños, se antoja desconectado del resto de la novela, como también el enfermizo triángulo emocional que mantiene con su esposa Eileen y Pierre, un torbellino sentimental que transcurre en los márgenes de la novela y que nunca llega a cuajar lo suficiente como para despertar verdadero interés en el lector. Tampoco la misión de los alienígenas se explica claramente. Parece ser que en un momento de su pasado lejano entraron en contacto indirecto con unas entidades a las que conocen como Portadores del Cambio y que, a continuación, desaparecieron de nuestro universo. Esa visita fue un momento de gran relevancia mística para ellos, pero no se termina de aclarar en qué consiste aquélla.

Aunque los críticos alaben la cantidad de elementos dispares que aparecen en la novela, no estoy tan seguro de que todos ellos tengan cabida armoniosa en la misma, al menos tal y como lo plantea Watson. Éste comenzó a publicar cuentos en la revista británica “New Worlds” a comienzos de los setenta, cuando aún coleaba la corriente literaria que desde esa misma publicación había
revolucionado la ciencia ficción para maravilla de unos y disgusto de otros. La New Wave, tal y como se conoció a ese movimiento, trató de explorar el concepto de “espacio interior”: la mente, el mundo de las emociones y las percepciones, abandonando la épica espacial a favor de relatos más intimistas y centrados en las ciencias “blandas”: psicología, antropología, sociología…

Por otra parte, impulsó una mejora estilística en un género que, a tenor de sus orígenes pulp, había estado más preocupado por las ideas que por la gramática. Así, se dio entrada a autores con un alto nivel literario y dispuestos a innovar en el ámbito conceptual y narrativo. Como suele suceder en estos casos, se dieron no pocas aberraciones en la forma de novelas experimentales incomprensibles y autocomplacientes. Pero su poso permitió que en lo sucesivo se abriera el campo temático de la ciencia ficción y se prestara mayor atención a la calidad del lenguaje.

Ian Watson sin duda se vio influido por la New Wave, tratando de trasladar su ideario a esta su primera novela. Por supuesto que se pueden incluir muchísimas capas, perspectivas, detalles, información y temas dispares en una novela de ciencia ficción, tal y como demostró, por poner solo un ejemplo significativo, John Brunner en su modernista “Todos Sobre Zanzíbar” (1968) –en la que, además, como vimos, desestructuraba el lenguaje narrativo convencional-.

Pero si se quiere alcanzar ese nivel de complejidad también es necesario mantener el de coherencia y creo que Watson no lo consigue. Reflexionar sobre la metafísica del lenguaje, la ética de la ciencia, imaginar un primer contacto con una civilización alienígena y describir sus angustias
existenciales, criticar las dictaduras militares sudamericanas su connivencia con Estados Unidos, defender la ecología amazónica y la integridad cultural de sus indígenas, dar cabida a los movimientos de liberación latinoamericanos, detallar los ritos, costumbres y mitología de una tribu primitiva, incluir protagonistas torturados psicológicamente por sus inseguridades y traumas vitales y amorosos… son demasiadas piezas para esta novela si, además, tratas de combinarlas con una prosa tan espesa como la que podemos leer en este segmento: “Presa del pánico, se desdobló dentro de su armadura de carne, y por un instante se vio a sí mismo sujeto y sujetando: vio al Yo que le tenía sujeto, y vio al Yo que él sujetaba. Los dos parecían superpuestos. Tan pronto como se formó esta doble visión, se esfumó, y los estados empezaron a alternarse por separado ante sus horrorizados ojos. De pronto, las dos versiones de su Yo empezaron a acelerar la alternancia, desfilando como una película ante su mirada, y produciendo una falsa sensación de continuidad: la continuidad de dos elementos separados y juntos”. En fin, la típica ambición conceptual y lingüística que obsesionaba a los seguidores de la New Wave de los sesenta y que quizá tenía todo el sentido para el autor, pero que a mí me pareció innecesariamente indigesta.

El tema del lenguaje como motor de la narración es una idea intrigante: si cambiamos el entorno de un ser inteligente desde el comienzo de su vida, ¿cambiaremos también la forma en que desarrolle el lenguaje? Es más, ¿podemos modificar nuestra forma de percibir la realidad –o incluso la propia realidad- a través de la forma en que “pensamos” el lenguaje? Ahora bien, la construcción intelectual que sobre el lenguaje “empotrado” realiza el autor a partir de esa premisa inicial no acaba de llevar a parte alguna. Veamos los tres escenarios en los que esa idea toma forma: en el laboratorio donde se experimenta con niños, uno de ellos, efectivamente, desarrolla una capacidad especial que no sólo no parece algo particularmente útil sino que resulta peligrosa. En el Amazonas, el chamán capaz de acceder al lenguaje empotrado mediante la ingesta de drogas, alcanza un estado mental en el que predice que el desastre de la inundación que acecha a su tribu será conjurado, pero, al final, no sabemos si ha sido simple casualidad o si efectivamente el trance le ha otorgado presciencia. Y, por último, los alienígenas, que llevan un tiempo inmemorial recolectando inútilmente cerebros sin conseguir lo que Chris ha logrado prácticamente a solas en un laboratorio con cuatro niños, y un chamán primitivo con ayuda de las drogas. ¿A dónde nos lleva todo eso? ¿Existe realmente ese lenguaje milagroso, llave de una puerta a otra dimensión, al despertar de nuevas capacidades? ¿O es toda esa búsqueda –y su tediosa argumentación intelectual- un esfuerzo inútil? No creo que Watson de una respuesta satisfactoria.

Por otra parte, el concepto de “lenguaje empotrado”, derivado al parecer de teorías lingüísticas de
finales de los sesenta y setenta desarrolladas entre otros por Noam Chomsky, me parece algo demasiado oscuro, rayano en la metafísica; como también creo que está mal interpretada la idea de que dado que las leyes físicas y lógicas son iguales en todo el universo y que todas las especies que desarrollen un lenguaje lo han hecho bajo esas leyes, todas las lenguas deben ajustarse a unas reglas comunes. Desde luego, es esa premisa la que da sentido en la novela a la desesperada búsqueda de los Sp´thra, pero no deja de ser algo cogido por los pelos que ignora la inmensa variedad de formas de comunicación que podrían darse en biologías y entornos físicos muy diferentes al nuestro.

Uno de los temas de la en el fondo y hasta el final muy cínica historia de Watson, es hasta qué punto están dispuestos los científicos a abusar de sus congéneres con tal de obtener conocimientos. Chris Sole y sus compañeros del centro Haddon experimentan sin remordimientos
con niños a los que tratan como ratas de laboratorio, satisfaciendo sus más oscuras fantasías científicas, fantasías que en un mundo regido por la ética y la ley no podrían hacerse realidad, pero que en el aséptico y secreto ámbito del laboratorio cobran vida. En aras de la Ciencia, condenan a los niños a una vida de reclusión física, emocional e intelectual.

Cuando los alienígenas llegan a la Tierra, vuelve a repetirse tal comportamiento. Los negociadores humanos –científicos, políticos, espías, astronautas…- no ven inconveniente en sacrificar seis vidas de inocentes para entregárselas a los visitantes a cambio de un nebuloso conocimiento que no saben si a la postre tendrá utilidad práctica para nosotros. Los científicos en este libro, desde luego, no salen en absoluto bien parados, aunque Watson parece querer compensar tal nefasto comportamiento al final, cuando Chris, atormentado por lo que ha hecho, decide liberar a uno de los niños del laboratorio sólo para verse inmediatamente “castigado” por el propio niño.

Por cada idea original que Watson plasma en “Empotrados”, hay otra que responde a los tópicos más enraizados –por no decir rancios- del género. Por ejemplo, la utilización de proyectos gubernamentales secretos, la desconfianza hacia la figura del científico, los militares embrutecidos que bombardean primero y preguntan después, los aliens que vienen a buscar humanos –o partes de ellos-.. y, claro, siendo una obra hija de los setenta, drogas que expanden la conciencia en lugar
de convertir a su consumidor en un adicto cretinizado… en fin, lugares comunes cuya inclusión resta novedad al conjunto.

He de decir que me resulta difícil recomendar este libro. Comprendo los elogios que ha recibido y suscribo algunos de ellos. Contiene ideas que captan mi interés y que no son en absoluto comunes en las novelas de CF: los límites del lenguaje humano, especulaciones sobre la Gramática Universal, mitos codificados para su perpetuación en un idioma ininteligible, alienígenas a la búsqueda de la trascendencia mediante el contraste y amalgama de infinidad de lenguas… Todas ellas hacen que “Empotrados” sea una novela mucho más ambiciosa que otras obras de la ciencia ficción preocupadas por la belleza formal y/o conceptual del lenguaje.

Pero ni la plasmación concreta ni el desarrollo de esas ideas, ni sus muchos pero poco perfilados personajes me parece que estén a la altura de sus pretensiones. Y, desgraciadamente, tampoco se puede aconsejar empezar a leer la novela para comprobar si la trama “conecta” con uno, porque cuando verdaderamente empiezan a ocurrir cosas interesantes y la acción toma un ritmo aceptable es hacia el final, y para llegar ahí es necesario abrirse paso por largas parrafadas de teorías lingüísticas que no dan idea clara de hacia dónde va la historia

En definitiva y en mi opinión, “Empotrados” tiene ideas intrigantes y algunos momentos sorprendentes y de fuerte carga dramática, pero creo que la estructura elegida por Watson, su recargada prosa y su excesiva ambición conceptual empañan el resultado global.

3 comentarios:

  1. Me lo lei estas navidades, me parecio un libro con unas ideas muy buenas de conceptos no muy comunes en la ciencia ficcion pero se me hace algo espeso, los aliens nunca me queda muy claro que quieren exactamente y a no ser que tengas mucho interes en la linguistica esa parte no la entiendes mucho (como fue mi caso), poseo otro libro del mismo autor llamado " el proyecto Jonas" y aunque no lo he leido parece que tiene los mismos derroteros sobre el lenguaje en este caso de las ballenas, en fin parece un autor con ideas muy originales pero que no las aplica muy bien

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  2. Pues entonces estamos básicamente de acuerdo shinshenimon. Y, sin embargo, no es muy habitual leer comentarios negativos sobre este libro entre los críticos especializados... no se, igual ven algo que yo no...Un saludo

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  3. Por mi parte, decepcion. Extraterrestres humanoides... muestra poco esfuerzo en pensar como sera la vida fuera del sistema solar. Ademas, el contacto con esta raza (acontecimiento historico) muy sub aprovechado. El contraste de culturas podria haber sido tratado con mayor profundidad. La acumulacion de conflictos a lo largo del relato no parecen tener una resolucion al final. Odio cuando terminan en confusion y el autor se libera de la tarea de la explicacion. Y totalmente de acuerdo con shinshenimon, con que la dosis de linguistica "docta" sobrepasa el nivel prudente de un relato para publico humano.

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